
En lugar del Palacio Apostólico con sus salones dorados, Francisco optó por un cuarto sencillo, sin más que una cama individual, un crucifijo y una lámpara de lectura.
Este lugar fue su casa cuando apenas había comenzado su pontificado en 2013 y fue por una definición política y espiritual, ya que “necesitaba vivir cerca de la gente”, explicó su colaborador cercano, Monseñor Guillermo Karcher, quien lo acompañó durante toda su gestión al frente del Vaticano.
La habitación no tenía balcones ni vistas privilegiadas. Tampoco contenía elementos de diseño o mobiliario especial.
El Sumo Pontífice era un hombre sencillo que desayunaba un yogur descremado y café, y compartía el comedor con sacerdotes, trabajadores y empleados vaticanos.
Su rutina comenzaba a las 4:45 de la mañana con oraciones y misa matutina. Luego, leía los diarios impresos, escuchaba tangos de Gardel y evitaba conectarse a internet.
Por último, su sencillez la desplegó en su velorio ya que lo realizó en la capilla de la misma Casa Santa Marta, con un ataúd simple, sin ornamentos, como él había pedido.